martes, 23 de marzo de 2010

PEQUEÑA HISTORIA DE UNA CORRIDA DE TOROS.


Me contaron que una vez, en una plaza de toros de España, hace ya algún tiempo se celebró una corrida de toros como una más de las muchas que en España se celebran cada año y, sobre todo, cuando hace buen tiempo.

Pero ésta iba a ser muy diferente a todo lo acontecido en la historia del mundo taurino.

Aquel día, y como de costumbre, el cartel estaba compuesto por tres matadores de toros con sus correspondientes cuadrillas de banderilleros y picadores. A las cinco de la tarde sonaron clarines y tambores para dar salida al primer toro de la tarde. En cuanto estuvo en la arena, el primer espada se dispuso a torear y cumplir con su obligación, pero al poco de comenzar tuvo la mala suerte de que el toro lo cogiese hiriéndole, teniendo que ser trasladado a la enfermería sin poder reaparecer a terminar la faena.

Como es costumbre y obligación, tuvo que hacerse cargo el segundo espada de rematar la tarea. Continuó toreando el mismo toro, todo iba bien hasta que después de picar y banderillearlo se cambió el tercio para empezar la faena de muleta; cuando había dado dos o tres pases, en un descuido del torero, este toro también lo cogió, teniendo que pasar, al igual que su compañero, a la enfermería.

La corrida se estaba poniendo bastante mal, solamente quedaba el último espada, la corrida debía continuar por respeto al público, y eso fue lo que hizo el último torero. El primer toro continuaba en el ruedo, el espada estaba totalmente preocupadísimo y ya tenía bastante miedo de ver lo que había pasado con sus compañeros; sin pensárselo dos veces cogió la muleta y la espada para quitarse de enmedio a aquel bicho. Apenas le dió tiempo de prepararse para matarlo porque el toro se arrancó en busca del torero con la mala suerte de que también cogió a éste hiriéndole hasta el punto de que también tuvo que pasar a la enfermería. ¡Ya no quedaban más toreros y los banderilleros no se atrevían a dar muerte al toro!

El público no se marchaba de la plaza pero sí que reaccionó de la siguiente manera, se lanzaron al ruedo y, entre varios y como pudieron, cogieron al toro y, de la misma manera que cuando un torero hace buena faena es sacado a hombros, esa tarde quien salió a hombros fue el toro, porque éste sí que había trabajado de lo lindo

El que me contó esto me dijo que cuando ello ocurrió , el rey de bastos era príncipe.

jueves, 4 de marzo de 2010

VIVIR PARA CREER.


Por los años cincuenta y poco, en Yecla al igual que en el resto de España, estaba totalmente prohibido trabajar los domingos, y, más que nada, para que, de alguna manera, con esta norma nadie pudiera decir que no podía ir a misa por estar ocupado; y me refiero sobre todo a las personas mayores, porque de los chiquillos ya se encargaban los profesores de las escuelas de obligarles para que nadie quedase sin ir a misa.

Pero vamos a lo que yo quiero contar. El cuñado de un amigo mío vivía en una de las cuevas que por aquella época existían en Yecla y de las que todavía al día de hoy hay algunas. Un domingo fuimos mi amigo Pascual y yo a colocar una puerta en la entrada de la cueva porque la que había estaba muy mal, llena de agujeros y fisuras por todas partes, por donde entraba bastante frío. El dueño de la cueva, y con bastante sacrificio económico, había comprado en el mercado una puerta de madera. Como ya he dicho antes mi amigo Pascual y yo nos prestamos voluntarios, desinteresadamente, a hacer el trabajo; o sea sin cobrar ni una peseta, teniendo en cuenta la situación económica en la que aquella familia se encontraba.

Sobre las once de la mañana de aquel domingo y cuando el trabajo lo teníamos más o menos a medio hacer, apareció una pareja de municipales diciéndonos que ¿ por qué estábamos trabajando a sabiendas de que estaba prohibido? Nosotros le dijimos que lo hacíamos porque entre semana teníamos que trabajar y no nos quedaba tiempo libre para poder hacerlo, y menos en pleno invierno cuando los días son tan cortos de luz solar. La respuesta que nos dieron fué la siguiente, que no tenían más remedio que multarnos a los tres, es decir, al dueño de la cueva, a mi amigo Pascual y a mí con la cantidad de veinticinco pesetas a cada uno. Una y otra vez les explicamos a los municipales las condiciones en las que fuimos a hacer el trabajo, pero no sirvió de nada;o sea que no tuvimos más remedio que pagar la multa, y ¡ ojo con protestar ! porque las cosecuencias podían ser peores. También nos tocó pagar la multa del dueño de la cueva debido a la situación económica en que se encontraba.

Ahora envío una frase: Si estamos de acuerdo en que errar es cosa humana, ¿no es crueldad sobrehumana este tipo de justicia?